Alquimia
Tres
son los Principios básicos en los que se funda toda la Alquimia. Y es con la
interacción y conjugación de estos Principios (que se encuentran en todas las
cosas), con los que el aprendiz de alquimista cuenta, a fin de realizar su tarea
de transmutación. Estos Principios son:
El
Azufre es activo (+). El Mercurio
es pasivo (). Y la Sal, que liga los dos Principios
anteriores, tiene una energía que se puede calificar de neutra (N).
Está
claro que estos Principios son energías presentes en el plan del mundo y del
hombre. Y también que ellos no deben tomarse exclusivamente de forma literal y
material, en el sentido de que éstos constituyen elementos físicos del mundo
sustancial, sino como las instancias productoras y activas de toda la materia.
Sin embargo, ellos se encuentran también explícitos en la naturaleza, y los
símbolos con los que se los describe no son en absoluto arbitrarios ni casuales.
Ejemplo:
el color plateado del Mercurio, asimilado también a la luna y
la receptividad, y su movilidad y ductibilidad, asociada al principio femenino,
etc. Para la Alquimia, entonces, todo lo creado, ya sea lo manifestado
en forma concreta, o lo inmanifestado a los sentidos ordinarios (no lo
Inmanifestado que por definición es no engendrado), está compuesto de estos
tres Principios, de cuya interacción y conjugación nacen todas las cosas.
Debemos
recordar que el Athanor es el horno, caldero o cocina alquímica, donde se cuecen
estos Principios continuamente, y los elementos minerales que de ellos derivan,
los cuales llevan dentro de sí esta división tripartita. El mundo entero es un Athanor donde
constantemente se separan, se juntan y se resuelven, el Azufre, el Mercurio y
la Sal.
Del
mismo modo, en el interior de todo ser humano, y especialmente en su psique,
ánima o alma, es donde estas
energías
se oponen, se contradicen y se unen, provocando una perenne dialéctica de
desequilibrios y equilibrios constantes, los que conforman en su última y más
alta instancia, la armonía universal. Ya que el perpetuo desequilibrio de las
partes, es al mismo tiempo la posibilidad del orden del conjunto. Esta dinámica
es una dialéctica en la que los opuestos no se excluyen, sino que tienden a
volver a reunirse, por necesidad. El hombre profano no conoce esta armonía,
pues ignora esta ley y tiende a separar, dividir y destruir, aun sin
advertirlo, motivo por el cual su mundo es ajeno y está invertido con respecto
a la sabiduría que brinda de forma permanente el libro abierto de la
naturaleza.
Los
niveles del horno alquímico o Athanor, equiparados a niveles o estados de conciencia del ser
humano se corresponden con los planos del Arbol de la Vida. Atsiluth es
equiparado al espíritu o Espíritu Universal; Beriyah
y Yetsirah
al alma o alma universal subdividida a
su vez en psiquismo superior e inferior, mientras que Asiyah se
identifica con el cuerpo. Debemos señalar que las operaciones del alquimista
están invertidas con respecto a la manifestación universal,
ya que ellas van de lo más grosero a lo sutil, mientras que los efluvios
divinos recorren el Arbol de lo sutil a lo grosero.
La Tríada
Lo
dicho más arriba, referido a la Alquimia, puede representarse, en verdad, por
la figura de un triángulo equilátero. Ya sabemos que el símbolo, y la idea que
éste refleja, puede ser expresado por una figura geométrica, un número, un
ritmo o un gesto. El triángulo equilátero sintetiza esta realidad de los principios
universales, y su figura y las especulaciones indefinidas a que da lugar puede
mostrar, de una sola vez, las energías y las potencialidades de la Idea,
transmitiéndonos así, en forma cabal, su conocimiento y las innumerables
sugerencias a que da lugar.
Pueden
transponerse ahora a este triángulo, los conceptos de Creación, Conservación y
Destrucción (o mejor, Transformación), presentes en toda cosmogonía
tradicional, y que constituyen la conocida Trimûrti
de la tradición hindú, manifestada por
los dioses Brahmâ, Vishnu y Shiva.
Pero
no solamente de una única y exclusiva manera se representan los conceptos que
los símbolos expresan, sino que pueden figurarse de distinto modo,
permaneciendo la Idea invariable, de la cual ellos son un soporte para su
meditación. Tomaremos otra tríada que el
símbolo
de la rueda expresa: espíritu, alma y cuerpo. En este caso el espíritu
corresponde al centro, el alma a la recta que une centro y periferia, y a esta
última el cuerpo.
Lo
mismo es válido para la tríada de cielo, hombre y tierra, e igualmente es claro
que el punto central del círculo corresponde a Kether, la
periferia a Malkhuth y dentro de esos dos polos se alinean las demás sefiroth, o sea
el resto del Arbol cabalístico.
Cábala
Las
primeras tres sefiroth, que forman el Mundo de las Emanaciones (Olam ha Atsiluth)
son llamadas Kether, Hokhmah y Binah, que significan "Corona", "Sabiduría"
e "Inteligencia", como ya dijimos.
Aunque
se manifiestan como tres cifras o numeraciones (expresadas, respectivamente con
los números 1, 2 y 3), la Cábala nos advierte desde el inicio que se trata de
una sola energía que constituye lo que es llamado la "Triunidad de los Principios",
el Rey del que emana toda la Creación, tanto los seres visibles como los
invisibles. Hokhmah
es
el Padre, Binah la Madre y Kether
su Unidad. Expresan un gran misterio, aunque
conforman tres en apariencia (desde el punto de vista de los seres manifestados),
realmente son uno solo en su esencia, pues se hallan fundidos en la Unidad del
Ser, a la que se refieren.
Hokhmah es el
sujeto activo (+) del Conocimiento; Binah
el objeto pasivo (); y Kether el
Conocimiento mismo. Pero en su realidad indivisible, es el mismo Ser el que
conoce, el que es conocido y el propio Conocimiento. No debemos pretender
comprender este misterio insondable, pero sí podemos, en nuestra meditación,
intentar elevar el pensamiento y el alma hacia esas esferas, y comenzar a
experimentar en nuestro interior, mágicamente, aunque sea en forma
refleja, las energías secretas que percibiremos como una presencia de la realidad
metafísica, oculta en nosotros mismos, la cual nos trasciende, pero a su vez
nos envuelve.
Por
arriba de Kether, aún se halla Ain,
cuya traducción es "Nada" en
el sentido de No Ser: la verdadera idea de lo supracósmico y lo suprahumano. Kether es nuestro
antepasado mítico y podemos visualizarlo como el Anciano de los Días, el Gran
Abuelo. Hokhmah, el Padre de Padres o Sol de Soles, es la eterna Sabiduría
cuyas chispas fecundan perennemente a Binah, la Madre de Madres o Madre Mayor, la que recibiendo la
fuerza de Hokhmah que la penetra, la refleja con su Inteligencia discriminando
los seres y dando forma a toda la Creación, aún no manifestada.
Réstanos
mencionar que esta Triunidad a la que nos hemos referido, es llamada en
términos filosóficos la de los Principios Ontológicos del Ser, y su materia y
estudio constituyen la Ontología.
Ya
hemos dicho que el segundo plano, en el Arbol de la Vida, es llamado por la
Cábala Olam Ha Beriyah, que significa "Mundo de la Creación", y está constituido
por tres esferas (números 4, 5 y 6) que forman un triángulo con el vértice
hacia abajo, invertido con respecto al primer plano de Atsiluth o "Mundo
de las Emanaciones". La N° 4 es llamada Hesed
(Gracia, Amor, Misericordia); la N° 5 Gueburah (Rigor) y
también Din (Juicio); y la N° 6 Tifereth
(Belleza o Esplendor). En este mundo, o
plano, constituido por estas tres últimas Sefiroth, residen espíritus sutiles, o Arcángeles, que son los Arquetipos
de toda la Creación. Las ideas puras a cuyas leyes obedecen todos los seres
manifestados, de las que estos últimos no son sino sus reflejos ilusorios y
pasajeros.
Hesed y Gueburah emanan
simultáneamente, siendo el primero el Creador y Constructor, y el segundo el
Discriminador y Destructor. Hesed es una energía expansiva, de la que brota a borbotones la
Gracia ilimitada, produciendo constantemente nuevas criaturas, a las que inunda
con su Amor y Misericordia.
Pero
para que pueda haber equilibrio en la Creación, precisa la acción también
constante de Gueburah, que se encarga de negar todo lo que no es la Unidad,
permitiendo por su poder destructivo que todos los seres retornen nuevamente a
ella, de la que provienen y a la que habrán de volver indefectiblemente. Hesed es el
Demiurgo, que puede ser visualizado como un Rey o Emperador sentado en su
trono, en tiempo de paz, ordenando y permitiendo la construcción de su imperio
o reinado. Es padre bondadoso y generoso que se encarga de legislar, afirmar y
dar, mientras no se manifiesta como un ser terrible.
Gueburah en cambio
puede ser observado como un rey montado en su carro de guerra, portando las
armas que son sus atributos. Es también un hierofante o iniciador en los
misterios, guardián y transmisor de la Tradición y la doctrina, que con el
profundo rigor que lo caracteriza destruye la mentira y enseña la verdad.
Sin
embargo, dice la Cábala que Hesed y Gueburah son uno solo, y no podrían existir el uno sin el otro,
siendo la esfera N° 6, Tifereth, la Belleza
Divina, la que se encarga de neutralizarlos y unirlos, constituyendo el Centro
de Centros o Corazón del Arbol, que se encarga de ligar tanto lo derecho y lo
izquierdo como lo de arriba y abajo.
En
Tifereth se entrelazan todos los colores y se interrelacionan todas
las sefiroth. Se puede ver a esta
esfera como un niño que nace, como un Rey esplendoroso, o como un dios o héroe
que se sacrifica; y asimismo como un puente, o como una puerta estrecha que
separa el mundo inferior del superior.